Al filo de cumplir 46 años creo entender la esencia de esta década: los cuarentas son para mi el final de la sensación de omnipotencia que tuve durante mis treintas.
No me refiero a sentir impotencia. Yo siento que el mundo está a mis pies todavía, incluso más que antes. Ahora tengo la experiencia, el privilegio de la edad, plata, contactos, una pareja que amo, hijes que me inspiran todos los días, ideas interesantes y un cuerpo que todavía me sorprende gratamente con las cosas que puedo hacer en este mundo.
La omnipotencia de la que hablo es la ilusión de que la única limitante para mis proyectos fueran mis ideas y deseos. Hace diez años no se me ocurrían cosas para hacer que a la vez me motivaran lo suficiente para entregármeles. Ahora me pasa lo opuesto: estoy haciendo demasiadas cosas deliberadamente y todas a medias.