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Se cumplen ya ciento diez años desde su nacimiento, así que no es este un mal momento para acordarse de los versos de Miguel Hernández (1910-1942). Poeta siempre venerado, cercano como pocos, autodidacta, tan humano y tan grande, ya estuvo presente aquí hace algún tiempo con su certero y reivindicativo poema "El hambre" . Sin embargo en esta ocasión lo hará con un registro muy diferente, el que desarrolló de manera incipiente y poliédrica al comienzo de su camino en Perito en lunas (1933), su primer libro,
En efecto, durante su primer viaje a Madrid había entrado en contacto con algunos de los autores del famoso grupo y, en cierto modo, Perito en lunas es su propuesta experimental que entronca con el homenaje a la figura del poeta cordobés. Eso significa que los poemas son difíciles a pesar de su brevedad, alejados de la claridad paradigmática con la que se le suele asociar y, como era de esperar, no fueron del todo comprendidos por el público.
Sin embargo creo que son necesarios para desterrar el famoso mito del poeta pastor iletrado que a menudo ha ido arrastrando nuestro autor. Las octavas de Perito en lunas demuestran una intensa búsqueda por transformar los sujetos cotidianos y las circunstancias del camino en verdaderos objetos poéticos de alto valor artístico. Exigen el esfuerzo del lector, claro, y quien me conozca ya sabe lo que opino de ello.